Esa mañana Juan despertó sobresaltado y soñando aún con el cóndor que le atravesaba las costillas. Se levantó radiante por el trabajo prometido, comió mermelada de copihues, puso canela en sus bolsillos, salió y tomo la micro. Bajando de la maquina se tropieza con una rubia con nariz de papa y cejas de barro que le grita: “NEGRO COCHINO GIL”. Llegando al trabajo prometido, la recepcionista le dice: Don Eduardo ya no lo necesita, por que contrato al rusio John Smith. Y finalmente esa noche Juan piensa con el dolor de su alma en extirpar de su carnet Maripillán.